Entre de elasticidad empleo-producto se desaceleró. Además, muchos trabajadores igual
continúan siendo pobres.
El trabajador pobre
Generalmente se asocia al trabajo como un factor fundamental para escapar de
la pobreza. Esta visión tiene su fundamento histórico: en la Argentina, durante la
industrialización basada en la sustitución de importaciones, los ingresos percibidos en
concepto de salario permitían a un conjunto importante de hogares superar este umbral.
¿Cambió esta situación en los últimos 35 años? Durante esos años hemos sido testigos
de un aumento inédito en nuestro país en los niveles de pobreza. Su evolución estuvo
íntimamente ligada con la forma que ha adoptado el proceso de acumulación en
Argentina a partir de la última dictadura militar.
Con la vuelta de la democracia, al mantenerse los lineamientos generales de la política
económica dictatorial, lejos de constituirse en un fenómeno secundario, la producción
de pobreza se vio consolidada. La tendencia al aumento de la población carenciada
se daba, durante las décadas del ‘80 y ‘90, a la par de lo que sucedía en el mercado
de trabajo. La nueva dinámica económica se reflejaba en el aumento de la tasa de
desocupación y en la caída del salario real.
El cambio de milenio trajo consigo una profunda crisis que sacudió parte del andamiaje
heredado, rompiendo con años de pérdida de capacidad de generar puestos de
trabajo. Una vez que el empleo empezó a aumentar, los salarios reales comenzaron
a recuperarse. Así, la población bajo la línea de pobreza, luego de haber llegado a su
máximo histórico, comenzó a descender en los primeros años posdevaluación, para
luego estabilizarse en la actualidad en valores cercanos al 22 por ciento de la población
del GBA.
Mientras que desde 1976, y con énfasis manifiesto en los años ‘90, la pobreza aumenta
mientras la economía argentina va perdiendo capacidad de generar empleo, el período
iniciado a partir de la devaluación del 2002 la pobreza cae en los primeros años para
luego estabilizarse pero ahora acompañada por un aumento en los niveles de empleo.
Esto implica que de manera creciente la economía argentina empezó a ocupar personas
sin otorgarle como retribución un ingreso que les permita reproducirse plenamente.
Esto se expresa en el aumento de la incidencia de los trabajadores en la población
pobre. Hasta mediados de los ’80 la cantidad de trabajadores que no lograban pasar la
línea de pobreza no superaban, en el GBA, el 19 por ciento de la población en igual
situación. A partir de entonces comienzan a ganar participación. En los primeros años
de los ’90 alcanzaban el 22 por ciento, cifra que representaría el promedio de esos años.
Devaluación mediante, la situación se agrava aún más logrando que para el 2003 el 29
por ciento de la población pobre sean trabajadores: más de 1.500.000 de personas. De
allí en más, comienza una muy leve mejoría que de todas maneras se estabiliza y hace
que en la actualidad el 25 por ciento de los pobres estén trabajando. Mientras que los
niveles generales de pobreza en los últimos años se estabilizan en valores cercanos al
promedio de los ‘90, los trabajadores pobres lo hacen en una proporción cinco puntos
mayor que en aquellos años.
La tendencia al aumento de la pobreza que se registra a partir de mediados de los
años ’70 se le acopla, en el presente, una aún más perversa. La actual forma que adopta
el proceso de acumulación argentino no sólo reproduce en la miseria a buena parte de
la sociedad, sino que lo hace explotando progresivamente su fuerza de trabajo a niveles
salariales que no alcanzan para sortear la miseria. El trabajo, para vastos sectores de la
población, ya no es un medio efectivo para salir de la pobreza.
Esta especificidad que toma la pobreza en la actualidad, muestra la profunda debilidad
del esquema de acumulación argentino, que para que algunos sectores logren sostener
su valorización, necesitan sostener el pago abaratado de parte de la fuerza de trabajo.
Poder romper con esta determinación se vuelve hoy en día crucial. Las políticas de
combate de la pobreza vía transferencias de ingresos, aunque necesarias, se vuelven
insuficientes si se dan en un proceso que permite la explotación de la fuerza de trabajo a
niveles salariales que no alcanzan para reproducirla plenamente.
Hay un menor dinamismo
El patrón de crecimiento que siguió la economía argentina desde 2003 tuvo entre sus
principales virtudes el ser altamente intensivo en la generación de empleo. En efecto,
entre 2002 y 2010 se crearon 4,65 millones de puestos de trabajo, sin tener en cuenta los
planes de empleo. Las altas tasas de crecimiento económico contribuyeron, sin dudas,
a que se pudiera alcanzar tan alta cifra, pero se verificó también una elevada elasticidad
empleo-producto, especialmente cuando se la compara con la vigente durante el
régimen de la convertibilidad.
La fuerte capacidad de generación de empleo se ha visto, sin embargo, disminuida en
los últimos años. Mientras que hasta 2007 se crearon 3,9 millones de puestos, desde ese
año fueron sólo 750 mil. Es importante aclarar que la diferencia no obedeció al bajo
punto de partida que representaba la ocupación en 2002, ya que en 2003 el número de
puestos de trabajo alcanzaba prácticamente el nivel de 1998.
El reducido dinamismo del nivel de empleo a partir de 2007 tampoco fue consecuencia
exclusivamente del impacto de la crisis internacional sobre nuestra economía. Por
un lado, porque ya se observaba una desaceleración del crecimiento del empleo
con anterioridad al impacto de la crisis; por otro, porque una vez que se recuperó la
actividad económica, el empleo mostró un crecimiento exiguo.
En efecto, desde 2007 el ritmo de incremento de la ocupación habría sido muy similar
al del crecimiento poblacional, de modo que la tasa de empleo se mantuvo estancada.
El descenso de la tasa de desocupación en este período se debió a que se produjo una
disminución en la tasa de actividad, no a un aumento significativo en la tasa de empleo.
Este cambio en la dinámica de la ocupación obedeció principalmente a una
desaceleración del crecimiento del empleo asalariado. Ello se explica, a su vez, por
una disminución en la tasa de crecimiento de las ocupaciones registradas y por una
caída en términos absolutos en las no registradas. Cabe aclarar que estas estadísticas
pueden incluir parcialmente un proceso de registro de puestos de trabajo previamente no
registrados.
La diferenciación por rama de actividad devela que la menor tasa de incremento
del empleo se verifica tanto en los sectores productores de bienes como en los de
servicios. Pero la desaceleración resulta significativamente más marcada en los sectores
productores de bienes, en particular, en la industria y en la construcción.
Según datos de la Encuesta Permanente de Hogares, entre el cuarto trimestre de 2003 y
el mismo trimestre de 2007 la ocupación en la industria creció al 6,1 por ciento anual,
un valor superior al correspondiente al conjunto de los sectores. En cambio, entre los
cuartos trimestres de 2007 y de 2010 la tasa de expansión del empleo industrial se
redujo al 0,4 por ciento anual, aunque el valor agregado del sector en ese mismo período
habría crecido al 4,7 por ciento.
Al interior de la industria, los sectores productores de maquinaria y equipo, de textiles y
cuero, y de metales y productos de metal estuvieron entre los que empeoraron en mayor
medida su desempeño en términos de creación de empleo. En una situación diferente
se encuentra el sector de alimentos y bebidas, que tuvo un aumento en su nivel de
empleo significativamente mayor desde 2007 que entre 2003 y ese año. La fabricación
de automotores, por su parte, aunque disminuyó levemente la tasa de crecimiento del
empleo, continúa aumentando la ocupación a un ritmo significativamente elevado.
Es decir que el desempeño resultó relativamente mejor en sectores que cuentan con
ventajas competitivas naturales, como los de alimentos, o con un régimen de promoción
especial, como es el caso del automotriz. En cambio, disminuyó fuertemente la creación
de empleo en sectores dedicados principalmente a las ventas al mercado interno,
aquellos que se habían reactivado en gran medida gracias a la vigencia de un tipo de
cambio elevado.
Es posible argumentar que la gradual apreciación de la moneda local que se produjo
como consecuencia de la elevación del nivel general de precios desde 2007 tiene
relación con este menor dinamismo de los sectores sustitutivos, y de la industria en
general, para continuar generando puestos de trabajo a una tasa elevada. Si bien el nivel
del tipo de cambio real multilateral se ubica aún en valores sensiblemente más elevados
que los vigentes durante el régimen de convertibilidad, su apreciación relativa puede
afectar las posibilidades de crecimiento de los eslabones más débiles del entramado
fabril.
Las medidas tomadas hasta el momento con vistas a contrarrestar el efecto de
disminución del tipo de cambio real sobre los sectores industriales, como las licencias
no automáticas de importación y diversas medidas de promoción sectorial, aunque
busquen proteger a la industria manufacturera local para que pueda continuar con
su proceso de crecimiento y creación de empleo, no están resultando suficientes. Es
preciso, en cambio, diseñar un programa de industrialización a largo plazo, que pueda
estimular el desarrollo de la economía y garantizar el empleo para todos los argentinosDesafíos para la política de empleo
Entre
de
elasticidad empleo-producto se desaceleró. Además, muchos trabajadores igual
continúan siendo pobres.
El trabajador pobre
Generalmente se asocia al trabajo como un factor fundamental para escapar de
la pobreza. Esta visión tiene su fundamento histórico: en la Argentina, durante la
industrialización basada en la sustitución de importaciones, los ingresos percibidos en
concepto de salario permitían a un conjunto importante de hogares superar este umbral.
¿Cambió esta situación en los últimos 35 años? Durante esos años hemos sido testigos
de un aumento inédito en nuestro país en los niveles de pobreza. Su evolución estuvo
íntimamente ligada con la forma que ha adoptado el proceso de acumulación en
Argentina a partir de la última dictadura militar.
Con la vuelta de la democracia, al mantenerse los lineamientos generales de la política
económica dictatorial, lejos de constituirse en un fenómeno secundario, la producción
de pobreza se vio consolidada. La tendencia al aumento de la población carenciada
se daba, durante las décadas del ‘80 y ‘90, a la par de lo que sucedía en el mercado
de trabajo. La nueva dinámica económica se reflejaba en el aumento de la tasa de
desocupación y en la caída del salario real.
El cambio de milenio trajo consigo una profunda crisis que sacudió parte del andamiaje
heredado, rompiendo con años de pérdida de capacidad de generar puestos de
trabajo. Una vez que el empleo empezó a aumentar, los salarios reales comenzaron
a recuperarse. Así, la población bajo la línea de pobreza, luego de haber llegado a su
máximo histórico, comenzó a descender en los primeros años posdevaluación, para
luego estabilizarse en la actualidad en valores cercanos al 22 por ciento de la población
del GBA.
Mientras que desde 1976, y con énfasis manifiesto en los años ‘90, la pobreza aumenta
mientras la economía argentina va perdiendo capacidad de generar empleo, el período
iniciado a partir de la devaluación del 2002 la pobreza cae en los primeros años para
luego estabilizarse pero ahora acompañada por un aumento en los niveles de empleo.
Esto implica que de manera creciente la economía argentina empezó a ocupar personas
sin otorgarle como retribución un ingreso que les permita reproducirse plenamente.
Esto se expresa en el aumento de la incidencia de los trabajadores en la población
pobre. Hasta mediados de los ’80 la cantidad de trabajadores que no lograban pasar la
línea de pobreza no superaban, en el GBA, el 19 por ciento de la población en igual
situación. A partir de entonces comienzan a ganar participación. En los primeros años
de los ’90 alcanzaban el 22 por ciento, cifra que representaría el promedio de esos años.
Devaluación mediante, la situación se agrava aún más logrando que para el 2003 el 29
por ciento de la población pobre sean trabajadores: más de 1.500.000 de personas. De
allí en más, comienza una muy leve mejoría que de todas maneras se estabiliza y hace
que en la actualidad el 25 por ciento de los pobres estén trabajando. Mientras que los
niveles generales de pobreza en los últimos años se estabilizan en valores cercanos al
promedio de los ‘90, los trabajadores pobres lo hacen en una proporción cinco puntos
mayor que en aquellos años.
La tendencia al aumento de la pobreza que se registra a partir de mediados de los
años ’70 se le acopla, en el presente, una aún más perversa. La actual forma que adopta
el proceso de acumulación argentino no sólo reproduce en la miseria a buena parte de
la sociedad, sino que lo hace explotando progresivamente su fuerza de trabajo a niveles
salariales que no alcanzan para sortear la miseria. El trabajo, para vastos sectores de la
población, ya no es un medio efectivo para salir de la pobreza.
Esta especificidad que toma la pobreza en la actualidad, muestra la profunda debilidad
del esquema de acumulación argentino, que para que algunos sectores logren sostener
su valorización, necesitan sostener el pago abaratado de parte de la fuerza de trabajo.
Poder romper con esta determinación se vuelve hoy en día crucial. Las políticas de
combate de la pobreza vía transferencias de ingresos, aunque necesarias, se vuelven
insuficientes si se dan en un proceso que permite la explotación de la fuerza de trabajo a
niveles salariales que no alcanzan para reproducirla plenamente.
Hay un menor dinamismo
El patrón de crecimiento que siguió la economía argentina desde 2003 tuvo entre sus
principales virtudes el ser altamente intensivo en la generación de empleo. En efecto,
entre 2002 y 2010 se crearon 4,65 millones de puestos de trabajo, sin tener en cuenta los
planes de empleo. Las altas tasas de crecimiento económico contribuyeron, sin dudas,
a que se pudiera alcanzar tan alta cifra, pero se verificó también una elevada elasticidad
empleo-producto, especialmente cuando se la compara con la vigente durante el
régimen de la convertibilidad.
La fuerte capacidad de generación de empleo se ha visto, sin embargo, disminuida en
los últimos años. Mientras que hasta 2007 se crearon 3,9 millones de puestos, desde ese
año fueron sólo 750 mil. Es importante aclarar que la diferencia no obedeció al bajo
punto de partida que representaba la ocupación en 2002, ya que en 2003 el número de
puestos de trabajo alcanzaba prácticamente el nivel de 1998.
El reducido dinamismo del nivel de empleo a partir de 2007 tampoco fue consecuencia
exclusivamente del impacto de la crisis internacional sobre nuestra economía. Por
un lado, porque ya se observaba una desaceleración del crecimiento del empleo
con anterioridad al impacto de la crisis; por otro, porque una vez que se recuperó la
actividad económica, el empleo mostró un crecimiento exiguo.
En efecto, desde 2007 el ritmo de incremento de la ocupación habría sido muy similar
al del crecimiento poblacional, de modo que la tasa de empleo se mantuvo estancada.
El descenso de la tasa de desocupación en este período se debió a que se produjo una
disminución en la tasa de actividad, no a un aumento significativo en la tasa de empleo.
Este cambio en la dinámica de la ocupación obedeció principalmente a una
desaceleración del crecimiento del empleo asalariado. Ello se explica, a su vez, por
una disminución en la tasa de crecimiento de las ocupaciones registradas y por una
caída en términos absolutos en las no registradas. Cabe aclarar que estas estadísticas
pueden incluir parcialmente un proceso de registro de puestos de trabajo previamente no
registrados.
La diferenciación por rama de actividad devela que la menor tasa de incremento
del empleo se verifica tanto en los sectores productores de bienes como en los de
servicios. Pero la desaceleración resulta significativamente más marcada en los sectores
productores de bienes, en particular, en la industria y en la construcción.
Según datos de la Encuesta Permanente de Hogares, entre el cuarto trimestre de 2003 y
el mismo trimestre de 2007 la ocupación en la industria creció al 6,1 por ciento anual,
un valor superior al correspondiente al conjunto de los sectores. En cambio, entre los
cuartos trimestres de 2007 y de 2010 la tasa de expansión del empleo industrial se
redujo al 0,4 por ciento anual, aunque el valor agregado del sector en ese mismo período
habría crecido al 4,7 por ciento.
Al interior de la industria, los sectores productores de maquinaria y equipo, de textiles y
cuero, y de metales y productos de metal estuvieron entre los que empeoraron en mayor
medida su desempeño en términos de creación de empleo. En una situación diferente
se encuentra el sector de alimentos y bebidas, que tuvo un aumento en su nivel de
empleo significativamente mayor desde 2007 que entre 2003 y ese año. La fabricación
de automotores, por su parte, aunque disminuyó levemente la tasa de crecimiento del
empleo, continúa aumentando la ocupación a un ritmo significativamente elevado.
Es decir que el desempeño resultó relativamente mejor en sectores que cuentan con
ventajas competitivas naturales, como los de alimentos, o con un régimen de promoción
especial, como es el caso del automotriz. En cambio, disminuyó fuertemente la creación
de empleo en sectores dedicados principalmente a las ventas al mercado interno,
aquellos que se habían reactivado en gran medida gracias a la vigencia de un tipo de
cambio elevado.
Es posible argumentar que la gradual apreciación de la moneda local que se produjo
como consecuencia de la elevación del nivel general de precios desde 2007 tiene
relación con este menor dinamismo de los sectores sustitutivos, y de la industria en
general, para continuar generando puestos de trabajo a una tasa elevada. Si bien el nivel
del tipo de cambio real multilateral se ubica aún en valores sensiblemente más elevados
que los vigentes durante el régimen de convertibilidad, su apreciación relativa puede
afectar las posibilidades de crecimiento de los eslabones más débiles del entramado
fabril.
Las medidas tomadas hasta el momento con vistas a contrarrestar el efecto de
disminución del tipo de cambio real sobre los sectores industriales, como las licencias
no automáticas de importación y diversas medidas de promoción sectorial, aunque
busquen proteger a la industria manufacturera local para que pueda continuar con
su proceso de crecimiento y creación de empleo, no están resultando suficientes. Es
preciso, en cambio, diseñar un programa de industrialización a largo plazo, que pueda
estimular el desarrollo de la economía y garantizar el empleo para todos los argentinos.
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